Ambos por favor!
¿Les ha pasado que salen a comer con su pareja onda cena romántica, luz de velas, aperitivo, comida deliciosa, vinito rico, conversación entretenida, postre, bajativo, sonrisitas, insinuaciones, llegan a la cama y...nada? Están tan llenos que lo único que quieren es acostarse a dormir. “¿Comida o sexo? tienes que elegir” me dijo una amiga mientras nos reíamos de las celebraciones de aniversario de matrimonio que hemos tenido.
El otro escenario es saltarse la comida e ir directamente a la cama con un par de copas de vino, un tazón gigante con frutillas, un tarro de crema chantilly y ponerse creativo con la forma (y el recipiente) para servirlo todo.
Ah! pero la cosa no es tan fácil señoras, señoritas y casquivanas! porque el hombre, macho, recio, no va a estar muy dispuesto a prescindir de su costilla de brontosaurio tamaño Pedro Picapiedra acompañada de sus buenas papas fritas, o en el caso de los un poco más civilizados, su plato de pasta con salsa pesto y harto queso rallado.
¿Entonces, estamos tristemente condenadas a elegir entre cama o comida en una noche romántica? No, definitivamente no. ¿Qué clase de vida es esa en la que se van dejando poco a poco y a de a uno los placeres casquivanos? Soy demasiado sibaríta para eso y tengo a mi lado un esclavo personal que es igual de sibaríta que yo (o más), así que para no tener que elegír entre comida o cama, le damos a cada cosa su tiempo sin dejar de pensar en “el objetivo”. jajajaja!
Con el esclavo nos gusta salir a cenar y sobre todo en ocasiones especiales, nunca falta una fecha o la excusa para explorar un nuevo restaurante así que hemos perfeccionado el arte de disfrutar una cena deliciosa y tomar el segundo postre en casa. Yo creo que tiene mucho que ver con el asunto de tiempo, no es lo mismo llegar al restaurante, ordenar, comer e irse, que comenzar por un aperitivo y una buena conversación acompañados de nuestra entrada favorita (las machas a la parmesana, las hemos probado en todos lados donde vamos y tenemos casi una tabla comparativa), pedir el vino, comenzar a mirar los platos, ordenar sin prisa y comer sin prisa también, disfrutando de la comida, de la compañía y de la conversación. Comer lento hace que la comida se digiera mejor, te hace sentir satisfecho sin atiborrarte el estómago y te permite llegar al punto donde sabes que disfrutaste lo suficiente pero quieres dejar un huequito para compartir un postre (el primero) entre los dos.
Y si, la mayoría de las veces nos ha tocado observar gente que llega después de nosotros a un restaurante y se va cuando nosotros vamos recién comenzando nuestro plato principal. Ni hablar de la sobremesa y la segunda botella de vino, para esa hora ya la misma mesa de al lado se volvió a llenar y se vació de nuevo. Nuestro tiempo promedio en una cena o comida es mas o menos unas 3 horas en las cuales el vino hace lo suyo, la comida se disfruta y se digiere y los ánimos conducen naturalmente a la cama.
No niego que a veces el vino nos juega una mala pasada y al llegar a la cama lo que hacemos es dormir una siesta para despertar con más ganas. ¿A quién no le gusta una buena tirada de media noche o “el mañanero”?.
Hay para todos los gusto en realidad, lo importante es no tener que elegír, sino planearlo todo para consumar “el acto” y mantener viva la chispita que hace que al despertarte al lado de esa persona a la mañana siguiente, tengas una sonrisa de oreja a oreja!
NOTA: Toda esa maravillosidad de las comidas, el vinito rico y los postres se verá terriblemente afectada la semana que viene porque me pongo a dieta...espero que eso no acabe con mi vida sexual! ja! Habrá que buscar recursos no comidísticos que inviten al placer.
*Por Mexicana
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