Cultura casquivana: La mente del escritor

La locura de escribir a las mil maravillas

 

Siempre me he admirado de la forma en que los escritores tiene la habiliad para convertir los más insignificantes o cotidianos momentos de sus vidas en anécdotas dignas de ser contadas. No solo se trata de tener imaginación sino también de saber escribir, de poder enganchar al lector y brindarle por unas horas (o días o semanas) la oportunidad de asomarse a otro mundo como si fuera el propio. La primera vez que me pasó eso fue cuando leí “Alicia en el país de las maravillas”...como me volé con ese libro a los 8 años!

Estaba justo en una etápa de la vida en la que había dejado de creer en las hadas, los duendes y la magia gracias a mi maravilloso hermano 8 años mayor que yo y encargado (bueno, él mismo se designó el cargo) de mostrarme cómo era la vida de verdad. Entonces vengo y me encuentro con este libro que en la página 4 muestra la foto de un conejo con levita y un reloj colgando y diciendo “Estoy atrasado! estoy atrasado!!” era como para tirarlo a la basura pero la curiosidad mató al gato.

No debe haberme tomado mas de una tarde leerlo completo y recuerdo haberlo soñado. Varias noches, en mis sueños, yo era Alicia y estaba en la fiesta del té con el Sombrerero Loco, el Lirón y la Liebre de Marzo, ese capítulo me obsesionó y todavía lo disfruto mucho cuando lo leo. Me ha pasado con otros libros, soñarlos... cuando leí “Los tres mosqueteros” me soñaba como Athos y yo quería ser D`Artagnan así que todas las noches me acostaba y me concentraba (lo cual para mi significaba apretar la frente y cerrar los ojos hasta que me dolía la cabeza) en el mas joven y valiente de los mosqueteros con la esperanza de verme enfundada en su ropa, pero no había caso, seguía soñándome como Athos. Que material para Freud ¿eh?.

Alicia me abrió el camino a la locura, así de simple. No, no tan simple, aclaro: a la locura ajena, no a la propia. Todo en el País de las Maravillas me maravillaba pero la fiesta del té era un momento de éxtasis leído y releído mucha veces. De niña, el simple juego de palabras entre los personajes me entretenía y la perspectiva de celebrar todos los días un “no cumpleaños” con postres y dulces era por mucho mi fantasía mas añorada.

Lo entendí desde la primera vez: aquellas  personas (¿personas?) estaban locas; todo el libro era una locura pero lo más incoherente eran para mi los personajes del té. Y sin embargo eran felices...se veían los mas felices de toda la historia. Me marcó en la locura y me marcó en la felicidad: las asocié. En algún momento entre, el té, el “¡Cambio de taza!”, los relojes de bolsillo untados en mantequilla y sumergidos en leche y los golpes para despertar al Lirón, comencé a preguntarme si en realidad no sería un placer estar loco, abstraído del mundo para vivir en uno inventado, donde las adivinanzas no tenían respuesta y tampoco era necesario preocuparse por darles una.

Muchos otros libros me han provocado esta reacción pero “Alicia” encabeza la lista de los preferidos y todavía lo leo de vez en cuando para mantener el enfoque en un mundo en el que aveces las cosas no son como quiero, o no cuadran con mi esquema. Me da la esperanza de que voy a descubrir que yo también -como Alicia- estaba soñando.