13 de diciembre de 2011

Casquivana viajera: Salar de Tara

Siguiendo la huella


Creo que había leído sobre el Salar de Tara hace como año  o año y medio, en alguna revista de crónicas de viajes. El panorama que pintaba el autor del artículo podría haber intimidado a cualquiera: un hermoso salar perdido en el altiplano chileno en las cercanías de San Pedro de Atacama cuya única ruta de acceso era una huella casi imperceptible sobre el terreno desértico… casi imposible llegar por cuenta propia.

Al leer la descripción y ver las fotos me dije que cuando fuera a San Pedro de Atacama tenía que visitar el Salar de Tara sí o sí.. costara lo que costara (y sí que costaba….). Finalmente fuí a San Pedro y  un día por la mañana partí junto con F (en un grupo formado por gente del hostal donde nos quedamos: Incahuasi) a la aventura….

Salimos a eso de las 9 de la mañana… cargados con nuestras botellas de agua, snacks y una chaqueta por si hacía algo de frío (por la altura), nos subimos a la van entusiasmados (creo que yo era la  única que sabía lo de la huella casi invisible…) y nos encaminamos hacia las alturas del altiplano (nuestro destino esta más o menos a unos 4.500 m.s.n.m).

Medio dormitando entre pestañeo y pestañeo divisamos lo que podría ser un humedal, laguna o algo del estilo… era nuestra primera parada: las Vegas de Quepiaco. Vimos vicuñas y flamencos sobreviviendo en ese ambiente tan extremo y sentimos los primeros efectos de la altura: dos pasos y nos empezaba a faltar la respiración, para combatir la puna nos tomamos un tecito con hierbas locales (chachacoma) y algo aliviados nos metimos nuevamente a la van para seguir subiendo hasta nuestro destino.

En un momento dado nos salimos del camino y avanzamos por un lugar llamado Monjes de la Pacana debido a que las formaciones rocosas del lugar. Nos bajamos, tomamos un par de fotos y vuelta a la van. Aquí me imagino que mis compañeros de viaje pensaban que volveríamos al camino y seguiríamos adelante, pero no… pese a toda lógica la van enfiló hacia la cordillera a campo traviesa, alejándonos de la civilización…

Todo lo que había leído sobre el camino era cierto, eso de la huella casi imperceptible en el terreno era verdad… tanto que a veces te hacía dudar de si el guía sabía lo que hacía o si terminaríamos perdidos en medio del desierto, a 4.500 metros de altura y sin saber a donde ir.

Después de un buen rato de traqueteos varios la van se detuvo, todos abajo… casi habíamos llegado… comenzamos a caminar (lentamente) por las Catedrales de Tara (mas formaciones rocosas de extrañas formas y colores), un camino de belleza sobrecogedora que descendía hacia el Salar… la naturaleza extrema en su máxima expresión.

Mareados y medio apunados caminamos también bordeando el Salar de Tara, para compartir un almuerzo en su orilla. En este punto ya teníamos algunas bajas por la altura (F entre ellos por no seguir el consejo del guía de moverse lentamente) y ni el tecito de chachacoma ni las aspirinas podían ayudar, así que estuvimos un rato más como para descansar el almuerzo y para que los que aún estábamos en pie recorriéramos otro poco bordeando el salar.

Al igual que el sector de las Catedrales, el Salar de Tara es impresionante, tan extremo, árido, salado y a la vez lleno de vida, rodeado de un silencio tan profundo que te llegan a doler los oídos.

A los que vayan a San Pedro de Atacama les digo que deben ir… no se lo pueden perder… pero que si van, vayan con alguien que conozca la zona y el camino… no vaya a ser que queden varados en medio de la nada.

Por Malú
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