3 de noviembre de 2011

Experiencias Casquivanas: Turísmo Extremo y Desnudo

La ayuda llega de las formas más inesperadas

Este fin de semana largo estuvimos con el Esclavo y una amiga en Horcón, hasta allá llegaron mi sobrino y su polola que se quedaron con nosotros en la maratón de comida, bebida y siestas más larga que he tenido en los últimos años. Mi casa está cerca de la playa de la Luna, mejor conocida como la playa nudista. Anduvimos caminando hasta que llegamos allá y vimos a más de un nudista tomando sol, caminando por la playa y hasta trotando.

Yo ya estoy acostumbrada porque son mis vecinos y la verdad es que aunque lo encuentro buenísimo, yo con tantos complejos que tengo no podría jamás imitarlos. El asunto es que cuando ya casi llegabamos al final de la playa, que termina en una pared de roca, yo les iba contando que ahí había una cuerda que te permitía escalar el cerro y del otro lado había una playa maravillosa a la que también se podía llegar en auto desde Puchuncaví.


Nos las dimos de choras y por hacer un poco de ejercicio quisimos subir pero oh sorpresa! ya no había cuerda. Estabamos a punto de regresar cuando vimos que una pareja subía por el cerro con manos y pies y pensamos “si ellos pueden, nosotros también”. Creo que nos tardamos como 10 minutos en subir el primer trecho (que no serán más de 5 mts.) adivinando donde poner la pata, donde agarrarse y donde subir. Yo iba primera y llegué a un lugar donde podía poner el pie para impulsarme hacia arriba pero no podía agarrarme y claramente mi condición física no estaba como para impulsarme sola. Me quedé ahí agarrotada tratando de pensar qué hacer cuando oigo que desde abajo, desde la arena, alguien me gritaba “suba nomás! ahí donde tiene el pie está bien!”.

A mis pies estaba un hombre completamente desnudo de entre 45 y 50 años, con una sonrisa de oreja a oreja alentándome a seguir. Le dije que no sabía de donde sostenerme y en tres tiempos el tipo había escalado (descalzo y completamente como Dios lo trajo al mundo) hasta donde estaba yo, me pasó por un lado y en dos segundos más me estaba tendiendo la mano desde arriba para que subiera...no solo a mí, sino a la Isa y la Pauli (la polola de mi sobrino).

Este hombre desnudo nos preguntó a donde queríamos llegar, le dijimos que al otro lado, a la playa escondida y nos dijo que teníamos que subir todo el cerro, que ahí donde estábamos era la mitad y que había una terraza de roca natural con una vista maravillosa, que fueramos a verla mientras él bajaba a ponerse zapatillas para ayudarnos a subir lo que quedaba, que no nos preocupáramos, que era muy fácil. Más nos tardamos en pestañear que él en bajar, ponerse zapatos (únicamente) y volver a subir lo que nos había costado tanto trabajo.

Ya era oficial, teníamos un guía/rescatista/ángel/protector desnudo a nuestro servicio. Y creanme, este hombre tenía una vibra impresionante (que estoy hablando en serio!) y de verdad yo le confiría mi vida. ¡Y practicamente eso hicimos! Jorge (el colmo hubiera sido no saber su nombres después de que le vimos hasta el quienvive) no solo trepaba el cerro con la agilidad de un Tarzán (claro, versión Chilena, pero Tarzán al fin y al cabo) sino que además lo hacía con tres mujeres medio nerviosas, medio inseguras y medio dudosas de las intenciones del caballero. Subía, nos mostraba donde pisar, como impulsarse, a donde caminar y cuando una de nosotras se quedaba atorada (yo me quedé en un momento paralizada de miedo por mirar hacia abajo) regresaba sobre sus pasos, te decía que lo miraras a los ojos, que pensaras que eso era muy fácil y te extendía la mano. No había pierde, nosotras sabíamos que no nos iba a dejar caer.

Al final llegamos a la cumbre, lo que vimos hizo que valieran la pena todos los esfuerzos para subir. Al llegar arriba, le pregunté porqué habían quitado las cuerdas y él estaba explicándome que las habían quitado precisamente para que los nudistas no llegaran a la playa. En eso estaba cuando de un grupo que estaba tomando sol abajo se levantaron dos hombres (el grupo era de solo hombres) y comenzaron a gritarle cosas para que se fuera. Él estuvo un rato más con nosotras, explicándonos por donde bajar a la playa y por donde volver a mi casa sin tener que bajar de nuevo el cerro (obvio, si el hombre estaba más que seguro que solas no íbamos a poder!) hasta nos tomó un par de fotos con mi celular.

Después se fué, bajando el cerro como Pedro por su casa y al menos yo me quedé con la sensación de que no le agradecí lo suficiente. Porque piensenlo, ¿quién, en estos tiempos, se toma la molestia de ayudar a subir un cerro a tres desconocidas, completamente desnudo y sin segundas intenciones? más encima para llegar a la cumbre y que de abajo unos tarados le griten cosas porque está desnudo.

En fin, la aventura valió la pena, y sin nuestro ángel pilucho no la hubiéramos logrado. La ayuda no siempre viene de forma convencional.
*Por Mara
Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...